Hace un par de semanas me escapé a Costa Rica y en mi tercer día de estancia decidí ir a uno de los paseos más populares de este país: «La Isla Tortuga«, el cual por cierto me salió -gratis- gracias a las millas que tenía acumuladas en uno de mis programas de viajero frecuente. Prometo darles más adelante detalles de este paseo pero de momento quisiera centrarme en contarles acerca de un viajero bastante peculiar.
Luego de una hora y media de viaje en bus desde San José, llegué al puerto de Calderas donde un catamarán esperaba ya a los dos autobuses que arribamos. Decidí quedarme en la cubierta porque en el interior iba un grupo de doctores retirados procedentes de México y pues no me emocionaba mucho unirme al grupo. A mi lado se sentó una pareja costarricense y al otro extremo un señor de baja estatura, cabello y bigotes un poco canosos, con unas gafas de sol y una gorra, diría yo que de unos casi 60 años… nada extraordinario hasta que empezamos a conversar.
«Ese faro es nuevo, no?» fueron las primeras palabras que escuché de Jairo y ante mi evidente respuesta de «No soy de aquí», empezó a hacer algunas preguntas de rigor entre viajeros; ¿De dónde eres?, ¿A dónde vas?, ¿Cuánto tiempo pasarás aquí?, etc. etc., pero no tardamos mucho en entablar una plática más profunda acerca de cómo los viajes, la gente y los lugares cambian de manera extraordinaria la forma de percibir la vida.
Jairo, según me contaba, ha dedicado gran parte de su vida a la agricultura y gracias a algunas investigaciones que ha realizado sobre el impacto de ésta en la sociedad, en la salud y en el desarrollo de las localidades ha vivido y viajado por muchos lugares. Actualmente reside en una comunidad a las afueras de New York (de la cual ya no recuerdo el nombre), haciendo viajes constantes a «su Costa Rica».
En su época jóven (a los 21 años) decidió aislarse, gracias a los problemas de su trabajo, familia y en general de su comunidad, nada más y nada menos que en la sierra de Santa Marta durante más de 1 año. Me contó tantas cosas de este lugar que me lo imagino como algo muy cercano al paraíso.
-Tenía lo básico para vivir y era más que suficiente- Me decía Jairo repetidamente. Contaba que había algunas comunidades autónomas que aunque compartían con él ciertas cosas, jamás dejaron que se incorporara del todo. -Abundaba la comida y los arroyos formados gracias a los hielos perpetuos de la zona nevada- ¿Se imaginan?
Hablamos mucho también de su viaje en una pequeña casa rodante por México y la manera que asimiló tantos contrastes que uno se encuentra en mi país. En este punto mi estimación acerca de su edad tuvo que ser replanteada porque Jairo mencionó que en esos tiempos le tocó usar los antiguos pesos mexicanos y, para que se den una idea, los nuevos pesos empezaron a usarse en 1993… hace ya más de 20 años!
No dejamos de platicar en las 2 o 3 horas (ya no me acuerdo) que duró el viaje desde el puerto hasta la isla y nos perdimos por un rato cuando fuimos a hacer snorkeling. Cuando volvimos a la costa compartimos la mesa con otro viajero solitario de Alemania; Volker, (si no mal recuerdo) y pues la plática entre los tres se hizo aún más amena. Para Voker era la primera vez que visitaba Centroamérica y, mientras Jairo no se cansaba de listar lugares, datos e historias acerca de Costa Rica, más me daba cuenta yo de lo mucho que él sentía este país como parte de si mismo… no me atrevo a afirmar que se sentía «como en casa» porque dicen que a lo auténticos nos aterra pensar que pasaremos mucho tiempo en un solo sitio.
Sé que a muchos de ustedes les costará trabajo creer todo lo que aquí he contado acerca de este peculiar viajero pero en verdad hay algo que tiene la gente autentica -no sé si la mirada, la voz, los gestos, las palabras- que te das cuenta que no puede estar mintiendo. Cuando estábamos por llegar nuevamente al puerto de Calderas le pedí sus datos de contacto y algo apenado pero al mismo tiempo orgulloso me dijo -No tengo celular, ni correo y mucho menos facebook o esas cosas, mi esposa tiene correo pero no me lo sé de memoria- Así que le ofrecí una de mis tarjetas y la aceptó con gusto diciendome que estaba plenamente convencido de que volveriamos a encontrarnos.
El tour desde San José cuesta un promedio de 120 USD y dura prácticamente todo el día, no creo que haya muchas opciones para visitar este extraordinario sitio por cuenta propia porque prácticamente todos los visitantes a la Isla éramos los mismos que arribamos en el catamarán desde el puerto de Calderas en la provincia de Puntarenas. Hay actividades que no están incluidas en el itinerario como el snorkel, un paseo a caballo o una caminata a lo alto de la isla (donde tomé la foto de Jairo). Yo opté por el snorkeling y ha sido una de mis experiencias acuáticas más espectaculares; solamente traten de imaginarse entre un banco de sardinas, cientos o tal vez miles de estos peces nadando de una forma tan uniforme, organizada e impecablemente coordinados… que sabia y perfecta es la naturaleza.
Bueno pues no se lo imaginen tanto y mejor alisten el backpack!
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