Sentencia viajera

En el año 2010, luego de 2 años de haber apretado la cartera para poder pagar la universidad y de haber trabajado por 1 año sirviendo café en starbucks por 8 horas al día, por fin tuve la oportunidad de tener unos días de descanso justo en la temporada de verano, así que tomé mi mochila, mi credencial de estudiante (para tener descuento en los buses), un par de jeans y playeras, 4 mil pesos mexicanos y muchas ganas de querer perderme en algún lugar que no fuera el sitio donde vivía.

La suerte me llevó a San Miguel de Allende y pasé dos noches en un pequeño hostal donde parecía que todos los huéspedes se conocían y platicaban con naturalidad, todos excepto yo. Tal vez fue la timidez universal de estar haciendo algo por primera vez pero tampoco podría quejarme de haberla pasado fatal; San Miguel de Allende me pareció un lugar en extremo lindo, tan tranquilo y relajante que hizo preocuparme únicamente por alimentarme cuando mi estómago lo pedía. Tomé camino hacia la Ciudad de Guanajuato Capital donde al llegar me quedé deslumbrado por las calles subterráneas, los pintorescos callejones, las plazas y jardines y las casas conservadas al mero estilo colonial.

A pesar de mi experiencia poco social en el hostal anterior decidí darme una segunda oportunidad y nuevamente quedarme en un hostel de nombre “La casa del tío”. Conforme pasó el día y llegó la noche empecé a conversar con algunos otros viajeros hasta terminar compartiendo un par de cervezas con 3 chicas de Finlandia, 3 chicos de Francia y 1 Italiano.

Al escuchar a todos hablar de sus experiencias, de los lugares que habían visitado, de la gente que se habían cruzado en el camino, etc., fue justo ESE momento donde caí rendido a los pies de la pasión por viajar. Algo se despertó dentro de mí y me convenció de querer vivir en carne propia todo eso que había escuchado y más.

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Hoy habiendo pasado ya 7 años de aquel instante y de haber estado en más de 15 países, 50 ciudades, volado en más de 60 aviones y recorrido más de 100,000 kilómetros me encuentro con un par de reflexiones que me hacen sentir tan feliz y afortunado pero al mismo tiempo tan agobiado e infeliz que no me aclaro… lo sé, no tiene sentido y puede que no sepan a qué me refiero pero trataré de explicarles:

  • Estoy siempre esperando el próximo viaje

Nunca pasan más de 30 días cuando entro en una ansiedad descontrolada por mirar skyscanner 3 o 4 veces al día buscando el vuelo más barato a “Cualquier lugar”. Conforme pasan los días sin tener en mi correo una confirmación de vuelo, la ansiedad se vuelve más grande hasta el punto de ponerme de malas a todas horas.

  • No pienso gastar mi dinero en otra cosa que no sea viajar

Me enoja cada que alguien me dice que debería sentar cabeza y que empiece a preocuparme por tener una casa, un auto, un fondo para el retiro y casi casi hasta un adelanto de la estancia en el asilo. Para mí las cosas son muy claras: nadie tiene el tiempo comprado y confiar en que llegarás a viejo es muy temerario, así que yo creo que viajar no es un gasto sino una inversión en experiencias.

  • Hago un esfuerzo sobrehumano para sentirme menos en casa.

Es inevitable querer colarse en la conversación de un par de turistas cuando ando por la calle, querer estar cerca de la mesa donde se escucha una pareja hablando en un idioma diferente al mío y estando en la barra de un bar sonrío cada que alguien se me acerca con pinta de extranjero. No se diga de los saltos de alegría cuando alguien de CouchSurfing me solicita hospedaje por un par de noches.

  • Quisiera que todos sientan lo que yo he sentido.

Creo que mi círculo más cercano de amigos están un poquito cansados de escucharme hablar de tal o cual lugar en el que he estado y, para ser honesto, llega un punto en el que yo mismo olvido qué historias le he contado a quién y suelo sentirme como los viejitos que cuentan una misma historia una y otra vez en las reuniones familiares. Lo bueno de esto es que sí he llegado a inspirar a uno que otro amigo a salir de casa y empezar a conocer el mundo.

  • Me siento encerrado.

Me gustaría describir esto con mis palabras pero mis estimados Rubén Señor y Lucía Sánchez de “Algo que recordar” me han hecho la tarea y dentro de su vídeo “El síndrome del eterno viajero” lo describen a la perfección:

Soñar despierto es una carga muy difícil de llevar.

Creo que de alguna manera soy prisionera de mi ansia de libertad constante y eso no sé si es bueno o malo.

Conozco personas que son felices trabajando en el mismo sitio después de 10 años con su hipoteca y sus vacaciones en Menorca verano tras verano, no necesitan más.

De algún modo, siento cierta envidia… son felices con lo que tienen y cada día me queda más claro, yo no lo soy tanto.

A veces pienso que no puedo ser feliz en un sólo sitio. Tendré que serlo en esa ciudad que no existe, en esa ciudad construida en mi imaginario por miles de trozos de los lugares en los que he estado y en los que aún me queda por estar…”

Creo que desde ese peculiar momento en el hostal de Guanajuato recibí una sentencia viajera que me ha condenado por tiempo indefinido a querer vivir de este modo. Sentencia que siento puede mantenerme vivo el resto de mi existencia pero que también siento que a ratos intenta matarme por dentro…

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